sábado, 11 de noviembre de 2017
Hoy te invito a reflexionar sobre la honestidad, concretamente la docente, virtud esencial que se ha de hacer fructificar.
Un
docente honesto es aquel que muestra ser una persona que vive y trabaja con
coherencia, desde la verdad, la rectitud y la solidez de unos principios y
valores. Un docente honesto es capaz de mostrar coherencia entre lo que piensa,
lo que quiere y la conducta que se observa hacia el prójimo, en este caso los
alumnos, los padres y la comunidad educativa en su conjunto.
Esta
virtud debería manifestarse en todos los aspectos, áreas y ámbitos de la vida
del profesor. Asimismo, y desde su profesión, este debería mostrar de forma
clara a sus alumnos que su comportamiento responde a sus principios y valores,
a través de un trato afable, evitando los prejuicios, mostrando un verdadero
interés por ellos, creyendo en sus capacidades aunque a veces estén ocultas, teniendo
la mirada siempre puesta en lo mejor para el alumno, para su futuro y para su
desarrollo integral como persona. Mediante la relación de ayuda, la empatía, la
motivación y el acompañamiento el profesor debe ayudar a descubrir los recursos
con los que el alumno cuenta para afrontar sus dificultades y superarse. Esto
implica también preparar de forma adecuada las clases, valorar y calificar a
cada alumno con rigor y lo más objetivamente posible, revisando siempre
minuciosamente y con finura cada trabajo y examen evitando realizar signos (tachar
los ejercicios, por ejemplo) o apreciaciones en los mismos que no ayuden al
alumno a mejorar sino todo lo contrario.
Igualmente,
el profesor debe ser honesto consigo mismo si desea seguir creciendo como
persona y como profesional. Debe ser capaz de realizar una evaluación fuerte
desde su conciencia personal, analizando cada situación, su forma de ser y
estar en el aula y con los alumnos.
Asimismo,
es fundamental que cada profesor sea honesto con el resto de la comunidad
educativa, de tal manera que esta pueda crecer en la verdad y hacia un sincero
servicio hacia los demás y la sociedad en su conjunto. Se han de evitar así cuestiones
tales como la crítica ácida, la provocación de discordia entre compañeros, o
incluso las difamaciones, la pasividad o la falta de entrega en la preparación
de las actividades a realizar en el aula, etc.
Por
otra parte, y a la inversa, un profesor deshonesto puede
caracterizarse por ser aquel que se muestra hipócrita, que no es consecuente
con sus principios, que no es sincero ni en sus palabras ni en sus actos, cuyo
trabajo es más bien simulado. Igualmente, se comporta de forma ambigua, juzga
con ligereza la forma de actuar de los demás, o no cumple con su palabra y sus
obligaciones. Es deshonesto cuando no cumple con la está llamado a ser, es
decir, un referente positivo para la formación integral de los alumnos.
Por todo ello,
se ha de tener presente que la integridad moral está vinculada
a la conciencia personal de cada uno. La valoración sobre la integridad moral
del profesor, como de cualquier profesional o persona, supone entrar con
delicadeza en varios de los aspectos más profundos del alma humana. No es
sencillo. No se puede identificar ni valorar en un instante o con una entrevista.
Requiere de tiempo y observación sobre la forma de ser, pensar y obrar del
profesor en su día a día y en los diversos ámbitos educativos. Se puede así, ir
observando si es cumplidor del deber en todas las labores, capaz de rectificar
frente a las equivocaciones, si no muestra contradicciones entre lo que dice y
hace, si se caracteriza por la búsqueda de la verdad, la confianza, la
sinceridad, entre otras cuestiones.
Por
último, un profesor honesto y que manifiesta una integridad moral tiene la
capacidad de crear un efecto positivo en todo aquel con quien convive o se
comunica. Se convierte en un maravilloso ejemplo de coherencia moral, su vida
es edificante para quienes le rodean, es capaz de sembrar en la sociedad, en
los padres y en los alumnos las virtudes y valores de la generosidad, la
comprensión y el esfuerzo. Su ejemplo educa sobre la importancia de ordenar la
vida desde unos códigos de conducta elevados, donde impere la búsqueda de la
verdad a través de un discernimiento sincero entre lo que es un bien o un mal.
Asimismo, invita a trabajar y vivir desde el respeto por los demás y por uno
mismo, con un principio claro de benevolencia. Igualmente, ofrecerá a sus
alumnos experiencias autenticas y de crecimiento que les impulsarán a
desarrollar una moral autónoma por la cual la persona actúa no por simple
obligación externa, sino con criterio conforme a unos valores que ha adquirido
y que le orientan en sus decisiones y en su auto-realización. Un profesor
honesto ayudará al alumno a comprender con mayor facilidad que en el acto moral
está implícita la libertad, pero también la responsabilidad y podrá deducir que
su libertad es una “libertad para”, para él mismo, para los demás, para la
sociedad y para el mundo.
Al
contrario, un profesor que muestra ser deshonesto no podrá ofrecer conversaciones
de crecimiento e invitará, con su ejemplo, a los demás a tener una conciencia
adormecida y por ende una actitud laxa, donde la moral es una “moral a la
carta”, de la que surge el relativismo o a lo sumo una moral heterónoma que
solo responda por obediencia. Una moral en la que, en muchos casos, primará el
interés personal por encima de lo demás y sin atender a la responsabilidad que
entraña el ejercicio de la libertad. El ser deshonesto no camina hacia la
verdadera libertad sino más bien se esclaviza de sus instintos y avanza a la
alienación, la frustración y el fracaso como persona.
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